lunes, 20 de marzo de 2017

Fe, invitación y respuesta: de Corea del Sur al mundo. Rafael Lee, cmf

En el contexto de la jornada del seminario diocesano el pasado 19 de marzo, en nuestra iglesia de Colmenar Viejo, Iglesia del Corazón de María, algunos seminaristas animaron las eucaristías con su testimonio vocacional. Hoy queremos compartir con vosotros la experiencia de Rafael Lee... ¡nos regala tres palabras para nuestra vida vocacional! Esperemos que te guste...


Buenos días a todos. Me llamo Rafael, soy de Corea del sur. Reflexionando sobre la trayectoria de mi vocación, me gustaría decir tres palabras.

La primera palabra es fe. La base de mi fe fue formada por mi madre. Yo nací en 1980, en Seúl. Toda mi familia es católica. Cuando tenía 2 años, me bauticé y naturalmente iba a la iglesia con mi familia todos los domingos. Me sentía en el ambiente católico muy cómodo. Todavía me acuerdo muy bien cuando regresaba a casa del colegio. Siempre, mi madre ponía en la radio canciones católicas para que resonara en toda la casa. A mí me encantaba. Cuando tenía 11 años, mi padre murió de cáncer y, desde entonces, mi madre tenía que criar dos hijos. Es cierto que fue un tiempo duro para nosotros, especialmente para mi madre. Pero ella lo superó con la fe firme en Dios, sin perder el cariño por nosotros. Sobre todo, ella siempre confió en mí y en mi hermano, respetando mis decisiones. Siempre. En aquel tiempo, cuando tenía dieciséis años, pensaba que era un hombre maduro. Ahora sé bien que nunca fui una persona madura a esa edad, y por eso cometí muchas faltas. Sin embargo, ella me respetó mi plan y mi pensamiento y esperaba hasta que pudiera darme cuenta de mis fallos. Mi madre tenía una fe firme en que Dios me conduciría haciael camino correcto. Con esa fe,ella pudo confiar en mí y gracias al buen ejemplo de su fe, yo también pude tener fe en Dios. Supe que Él nunca me abandonaría y me guiaría a buen camino. 

La segunda palabra es invitación. Dios se acerca a nosotros, nos llama e invita primero. Él aprovecha muchos medios, especialmente a través de la gente nos invita a caminar con Él e ilumina nuestra vocación. Después de la primera comunión, empecé a ser monaguillo. En este tiempo, había un párroco muy joven. Él me intentaba convencerque entrase al seminario diocesano. Este cura me trataba muy bien y me invitaba a comer de vez en cuando. Aunque me llevaba muy bien con él y me sentía muy agradecido con su amistad, no fui al seminario diocesano. Al final, resultó que sus intentos para convencerme fracasaron. Sin embargo, él no dejó su cariño hacia mí. De hecho, eso se parece mucho a la actitud de Dios. Diosnos llama e invita primero, y aunque nosotros no contestemos a esa invitación, Él no deja su amor por nosotros. Es un amor incondicional. Dios siempre esperanuestra respuesta sin forzarnos. Después de mucho tiempo, por fin yo decidí entrar al seminario. Pero no fue al diocesano, sino al claretiano. En Corea, cuando entramos en alguna congregación o seminario, tenemos que presentar una carta de recomendación de algún cura. Yo le pedí a este cura para que escribiera la recomendación sobre mí. Él me preguntó: “¿Tú no quieres entrar al seminario diocesano? Como el obispo diocesano y yo somos muy amigos, puedo hablarle de ti muy bien. ¿Qué te parece?” Yo le respondí: “No”. Él me escribió la recomendación y ahora nosotros seguimos el camino para imitar a Jesucristo juntos, pero de diferentes modos. El año pasado este cura vino aquí, a Colmenar Viejo, para verme por dos días y agradeciendo la hospitalidad de esta comunidad, me dijo: “tu congregación está muy bien.”

La tercera palabra es respuesta. Sin respuesta, ningún encuentro ocurre. El encuentro con Jesucristo es igual. En mi caso, después de acabar el colegio hasta que ingresé enla congregación tardé casi 10 años. Creo que yo tenía la invitación de Dios conmigo. Pero, en ese momento no quería aceptar esa invitación. Pensaba que esa invitación pudiera limitar mi libertad. A mí me importaba la libertad. Ya no era un chaval. Quisiera ser una persona independiente, es decir, independiente de mi familia y de Dios, disfrutando toda mi libertad. A mis veinte años, yo procuraba a hacer todo lo que deseaba. Estudiaba en la universidad, trabajaba en el campo de obra social, enseñaba coreano en otro país, tuve algunas novias y viajaba donde quería. Yo hice lo que quería y nadie me impedía nada. Desde luego, aprendí mucho desde mis experiencias y estaba contento por algún tiempo. Pero también me sentía vacío bastante a menudo (como la samaritana). La alegría de la satisfacción de mis deseos humanos no duró tanto tiempo. Yo soñaba la libertad total y entera, pero antes bien, cada vez más, me fui enterando de que la libertad humana era un límite y esefímera. Por fin, empecé a convertir mi mirada hacia Dios. Poco a poco, me di cuenta de que solo Dios, que «no se muda» y nos da «el agua viva que salta a la vida eterna», podía darme la libertad y alegría auténticas. Y también pensé que su Amor no limita mi libertad sino la respeta y enriquece transcendiendo las cosas del mundo que tienen término. Así cuando tenía 29 años, decidí a ingresar en la congregación claretiana. 

Responder a la invitación no es el final del encuentro con Dios, sino es el inicio del encuentro. Aun sabiendo que todos los encuentros también tienen dificultades que tenemos que afrontar. Sin embargo, es cierto que Dios no nos abandonará y nos dará lo que más necesitamos. Nosotros, seminaristas, respondiendo a la llamada de Dios, seguimos el camino para configurarnos con Jesucristo y proclamar la Buena Noticia a través de la palabra y la presencia. Os pido que recéis por nosotros.

Y, vosotros también, con la fe firme en Dios, caminad en vuestras vocaciones. La invitación de Dios no sólo es para seminaristas, sino también para todo el mundo. Todos nosotros ya tenemos la invitación de Dios. No dejéis esa invitación. Responded a la llamada de Dios y seguid vuestra vocación propia, la de cada uno, sin miedo, en el gran Amor de Dios. Nosotros también rezaremos por vosotros.

Gracias. 

Rafael Lee Seungbok, cmf


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